Cuando era una adolescente vivía más feliz que una perdiz, luego pasaron los veinte tantos estudiando, trabajando y yendo de un sitio a otro. Empieza la treintena ¿qué será de mi?
miércoles, 1 de mayo de 2013
Me miro en el espejo
Vivo en una constante distimia producto de mis inseguridades y las deudas que tengo pendientes con mi cuerpo. Me he hecho mucho daño con mis complejos y no he sido buena con el, es por eso, que a mis treinta y un años me sienta un poco madura y un poco adolescente, como aquel personaje que no quería crecer por miedo a hacerse mayor.
Me miro en el espejo y veo uno ojos brillantes de color castaño claro, con algo de rojizo y unos puntos blanquecinos. La pupila negra me asombra y me hace sonreír La forma de mis ojos me hace parecer una niña ya que son pequeños y traviesos, profundos, todos me dicen que mi mirada esconde lo profundo de mi alma y pensamiento y que ya puedo mentir que ella me descubre a los demás.
Expresividad y sonrisas, risueña y sonriente. Me veo sonreír por todo y me gusta aunque también me veo llorar, esas lágrimas saladas que llegan hasta el final del cuello y me hacen sorber, en mi intimidad, me gusta paladearas y sentirlas mías, son producto de mi tristeza.
Mi nariz es pequeña y respingona, mi boca se asemeja a un tajito de mandarina porque mis labios son jugosos y aunque pequeños, voluptuosos y me encanta enseñar mis dientes en la sonrisa de mis días.
Al ser de estatura pequeña, creo que mi cabeza es más grande de lo habitual y me veo cabezona, no es un complejo sino que si me ves lo primero que te fijarás es en mi pelo y mi cabeza. Soy morena de nacimiento y ahora me hice mechas doradas que me dan brillo y color. He amado el pelo largo toda mi vida y mi pasión es el cuidado del pelo. Pocas veces lo he teñido porque lo quiero tener sano y con vida.
Tengo los hombros anchos y espalda también ancha que se va afinando en una cintura bastante estrecha. me gusta el busto que tengo ya que llama mucho la atención. Antes, de adolescente, aberraba el tener que ponerme en tirantes y que vieran mis pechos, la vergüenza que sentía me obnubilaba. Ahora, tras hacer las paces con ellos, los enseño discretamente y forman parte de mi sensualidad.
De mi cintura puedo contar mil maravillas, me encanta. Los vestidos me encajan y me hacen una figura muy femenina. Los pantalones al tener piernas gorditas me lo tengo que pensar mucho al ponerlos y creo que me quedan bien con bailarinas o tacones que afinan mi figura.
Mi trasero es abundante y grande, gran complejo que tuve en mis años de instituto porque lo veía enorme, como una deformidad que no sabía para que servía y que quería anular a toda costa. No ayudaron las crñiticas de compañeros y me hundía en mi misma la ver que ese bulto no lo podía esconder.
Ahora, aunque todavía lo veo grande, sé que es algo más de mi y de mi figura femenina, un punto a expresar cuando bailo y estoy en plan sensual buscando guerra. Con vestidos y faldas aun se acentúan más esas curvas y me defino como una mujer madura pequeña y con curvas, y a día de hoy, estoy encantada con mi figura.
Hay días en que la dichosa distimia me hace entristecerme y me veo un bicho raro, es como todo lo dicho fuera algo que dijera en un algún momento eufórico y ya nada de eso existiera, como un subidón de autoestima. La constancia y el quererme han hecho que sea más consciente de que soy una mujer bella y que me queda mucho por aprender, por experimentar y vivir.
Si me miro en el espejo, tan solo me veo en el presente, una chica con ganas de vivir,
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