Hace tres meses que te dejé y mi duelo hacia ti cada vez tomaba formas diferentes. Me noté con rabia, aunque fue en pocas ocasiones, me vi insultándote por todo aquel cariño que necesité de ti y no me dabas, necesidades que te iba diciendo, a veces con lágrimas y que tu las obviabas con indiferencia. Así eres.
La tristeza llegó barriendo cualquier tipo de emoción antes presente, me vi llorando, pataleando, muriéndome de ganas de volver y que todo fuera un sueño, una pesadilla en la cual despertaría y tu seguirías ahí. La realidad vino a verme y me contó que me estaba portando como una niña chica. Que dejara llevarme por la tristeza y que llorara lo que quisiera y que jamás me arrepintiera de esas emociones tan auténticas que dejaba aflorar. Me sentía herida de amor, infravalorada, usada y finalmente aburrida de ti. Te dejé, así es.
Me pude reconstruir poco a poco, lenta y forzándome a salir, a viajar, a disfrutar. Vinieron oportunidades de ver el nuevo sol, la luna y descansar. Te fuiste de mi mente a pasos pausados y te ibas, te ibas hasta que pude ver un caminito que se enfilaba fuera de mi corazón roto y llegaba a esa parte tan nuestra, tan femenina que es el rincón de los amores olvidados en una parte cerca del recuerdo, del pasado y pasando de re-filón por el resentimiento y la frustración. Ahí te dejé, así es.
Y después de tres meses me llegas de nuevo, saltas del rincón del olvido a la más amargante de mis entrañas: la hiel porque sin más, sin mejor motivo que tus celos después de la ruptura, me empiezas a reprochar, a indignarte, a molestar y a decirme todas esas cosas que llevabas guardadas y que no tuviste el valor de decirlas cuando tocaba. Cuando por experiencia y madurez te dije de hablarlo cara a cara y sacar todo lo que teníamos que decir, hacer un esfuerzo y quedar como personas. Ahora hemos quedado como gusanos, como polillas que se han fundido con una bombilla que se le llama ego, orgullo.
Mi pena se condensa con mi amor propio, ese que a veces sale cuando la hiel amarga y la cabeza te repite sin cesar "no vale la pena, deja pasar, no te rebajes...déjalo como está" y de todo ese mejunje emocional sale el grito ahogado y me enveneno de rabia, de ira, de no saber que hacer, de querer odiarte y amarte, de querer morir contigo y sin ti, de salir de mi cuerpo y que me llevase el viento o la bruma a cualquier lugar menos a estar conmigo misma.
Eso, eso es precisamente lo que sentí al leer todas esas palabras envenenadas de celos, orgullo y narcisismo. Porque me sentí un cubo de basura donde pudiste vomitarlo todo y ahí lo dejaste, como hacen los borrachos que creen que vomitando se les pasa la tontería y luego, les viene encima todas esas cosas que han hecho o no y se arrepienten. Eres así, no hay más.
Y ese cubo de basura lleno de tus vómitos, repugnante y sucia a la vez, se quita de sus despojos y se limpia las heridas, se quita todo esa mierda que lleva del otro y la transforma en aceptación, porque todo, todito lo que me vomitaste lo estoy aceptando y me libera, porque sé que esa mierda es tuya y no mía y me siento muy bien de poder hacerlo aunque me cuesta la vida y la pena porque jamás pensé que fuera tan duro hacerlo sin gritarte.
Me estoy sanando a golpe de autoestima, a golpe de salir del agujero de la frustración. Tus palabras me dolieron y ahora sé que te dolerán más a ti, porque creo que las vomitadas hechas de ego y malicia también se transforman y en ti, seguramente, lo harán en el peor sentimiento humano que existe: la indiferencia.